Dicen que la envidia viene en forma de serpiente color verde
y que cuándo menos lo esperamos ATACA de la forma más cruel y despiadada.
Todos hemos sentido la cruel mordida o fuimos en alguna
oportunidad, víctimas de aquellos que se
encuentran bajo la influencia de su veneno. Decir esto no es ninguna verdad
revelada, hasta los más buenos han sentido envidia alguna vez, lo que tal vez
no sea tan evidente es cómo detectar cuándo este sentimiento termina
perjudicándonos.
Las manifestaciones de la intoxicación envidiosa son entre
otras, el hablar mal de otros a sus espaldas, dejar de lado a la persona envidiada
y las famosas “miradas asesinas”. Pero
cómo puede perjudicarnos? Bien la respuesta a esto requiere, al menos de mi
parte, mucha madurez. No es fácil admitir que alguna vez sentimos envidia; un
sentimiento tan negativo y tan mal visto pero que al mismo tiempo es tan común
que la mayor parte de las veces ni siquiera nos damos cuenta de qué es lo que
está sucediendo.
Lo primero que debo de hacer entonces , es admitir que sí sentí envidia (en la facultad)
y que me dejé “contaminar” por la envidia ajena; el segundo paso es decirles
por que este sentimiento es en extremo dañino, no solo para quien sufre las
consecuencias sino también para quien siente envidia.
La víctima suele ser aislada; la envidia es una enfermedad
contagiosa y que necesita ser contagiada, siempre es mejor encontrar aliados
que refuercen ese sentimiento revanchista de “no se merece lo que tiene”.
El objeto de tortura ahora comienza a sentirse abandonado y
ridiculizado por los comentarios, risas y miradas y todo esto obviamente no es
bueno para él/ella pero tampoco lo es para quien cada día que pasa se siente
más y más envidioso, tanto que corre el riesgo de dejar de concentrarse en sí
mismo y pasar a concentrarse en lo que hace esa persona que según el envidioso
“lo tiene todo”.
Cuando pasamos a esa situación pueden pasar dos cosas: o el
envidioso se convierte en una réplica del envidiado o el envidioso pasa a ser
un brabucón. Recuerdo, que en el liceo había una persona que siempre copiaba
todo lo que hacíamos las demás, desde un llavero hasta algo tan tonto como la
carátula de las cuadernolas (sí teníamos que hacerles carátulas). Era algo
irritante pero con el paso del tiempo, me dí cuenta de que esa persona tenía
problemas más graves que falta de personalidad y por eso sus acciones dejaron
de molestarme.
También me acuerdo de otra persona que comenzó a comportarse
como brabucona y todo por que el chico del que ella estaba enamorada se puso de
novio con otra muchacha; fue como una conspiración por que en cuestión de
semanas, el resto de las muchachas dejaron de hablarle y la consecuencia de
ignorar este “mandato encubierto” era el llamado suicidio social, es decir, que
me dejaran de hablar a mí también. Siempre traté de mantenerme al margen de
todo eso y mi actitud de “no me doy cuenta de nada” me sirvió bastante pero
llegado a un punto esa muchacha comenzó a sentirse muy mal, terminó su relación
y lo peor es que nada volvió a ser igual.
Creo que es importante hablar de este tema porque realmente
hace mucho daño y lo que la mayor parte de las personas no saben es que el daño
es a uno mismo, la amargura siempre nos ciega. No puedo decir a ciencia cierta
cuándo fue la primera vez que sentí envidia por alguien, pero sí que en
facultad fue cuándo más me afectó.
Soy una persona competitiva, pero no de las que piensan que
hay que pasarle por encima a los demás para llegar a la meta; pero estando en
facultad una persona una vez me dijo “ellos se copian y tienen más nota que
nosotras que nos matamos estudiando” esa simple frase me hizo pensar en un
millón de cosas, sobre todo en lo injusto que era eso. Alguien que saca el
libro durante el parcial y copia como si nada, no merecía mi respeto , era
necesario hacer algo y lo mejor que se me ocurrió era unirme a otros que ya
hablaban mal de esas personas y seguirles el juego.
Eso no me hizo bien, al contrario, cada día me sentía peor y
estaba más y más concentrada en lo que hacían esas personas en vez de
concentrarme en mis propios asuntos y así comencé a desilusionarme, a dejar
gente de lado y a reunirme con un pequeño grupo de personas que se sentían aún
peor que yo y que incrementaban mi rabia.
Finalmente, maduré y puedo decirlo, porque hoy en vez de
sentir rabia, lo que siento es alegría por aquellos que mejoran y reconozco que
no lo puedo tener todo y que las cosas materiales no son tan importantes como
lo es tener PAZ con una misma.
Espero que tod@s
puedan aprender algún día (y no es que yo sea un modelo de virtudes) a no ver a
los demás como competencia sino como personas y a estar dispuestos a ayudar y
ser ayudados.
Saludos y besitos
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